Conocimiento en la era digital: pocos centros y muchas periferias
Las tecnologías digitales son una fuente inagotable tanto de conflictos como de nuevas posibilidades para la educación superior. Sabemos que estas herramientas ofrecen a las universidades espacios de crecimiento (en cuanto a aspectos como: cobertura, calidad, relevancia, innovación, nuevas formas de producción científica y de enseñanza), pero también generan o amplifican tanto clásicas como nuevas problemáticas. A pesar de la promesa igualadora de las tecnologías éstas tienden a reforzar brechas. Las instituciones educativas que están en una posición de privilegio hoy se consolidan a nivel global mientras que el resto sufre el efecto contrario.
La retórica pro sociedad del conocimiento (hoy etiquetada como 4.0), puso a la universidad en el centro del debate asignándole una posición privilegiada. Las universidades jugarían en la era digital un papel clave para producir conocimiento relevante y para formar a las nuevas generaciones de trabajadores (curiosamente la dimensión relacionada con formar mejores ciudadanos no suele generar el mismo furor entre los tecno-utópicos). Lo que ha hecho la lógica del mercado es aprovechar esta posición de relevancia para exprimir (o devorar) tanto como fuese posible el ethos de estas instituciones de educación superior bajo un raciocinio de comercialización total (matrículas excesivas, rankings de productividad, una carrera desenfrenada por producir publicaciones científicas tan rápido como se pueda, así como acumular los mejores estudiantes, los mejores docentes, las mejores instalaciones, etc.).
Es evidente que las tecnologías digitales no son herramientas neutras. Tanto su diseño, su intencionalidad, así como la retórica que ellas traen consigo (usualmente viene acompañada de palabras como: empoderamiento, escalabilidad, desintermediación, globalización) responden a intereses que suelen beneficiar a unos en desmedro del resto. Al igual que en otras épocas de la humanidad, en el mundo digital existen pocos centros y muchas periferias.
Pero la lógica mercantil en la educación excede con creces a lo digital. No deja de ser curioso que las universidades que tienen una posición líder en los ranking internacionales suelen presumir con orgullo la cantidad de postulantes que son excluidos en cada convocatoria (en EEUU por ejemplo las universidades elite aceptan apenas entre el 4% y 10% de sus postulantes). Las universidades Ivy League, entre otras, se venden como un billete seguro al éxito en un mundo lleno de incertidumbres. Pero la realidad es que solo unos cuantos privilegiados tienen oportunidades de acceder a estas universidades de clase mundial.
¿Qué papel juegan las tecnologías para repensar a las universidades del siglo XXI?
La mirada entusiasta plantea que las tecnologías pueden reducir los costes, ofrecer mayores oportunidades de acceso y flexibilidad a un creciente segmento de la población. Abriendo espacio a quienes bajo otro contexto no habrían podido estudiar (por ejemplo: personas de bajos ingresos, personas que se encuentran trabajando o que no pueden ir hasta el campus, personas que viven en zonas alejadas de los centros urbanos, personas de edad avanzada o con alguna discapacidad). La mirada crítica sostiene que las tecnologías de información reproducen formas de exclusión previas a Internet. Los canales digitales no siempre han sido una herramienta para democratizar el conocimiento científico (el acceso a una parte importante de las publicaciones científicas de mayor prestigio sigue restringido para quienes no pueden saltar el “muro de pago”). Aunque esto va cambiando, las comunidades más conservadoras aún sostienen que la educación mediada por tecnología (e-learning) sigue siendo considerada como una enseñanza de segunda categoría. Adicionalmente, las evidencias muestran que aquellos programas o recursos educativos disponibles en línea suelen ser aprovechados mayoritariamente por quienes ya cuentan con las herramientas, los recursos, así como con el capital social y cultural preexistente para aprovecharlos. Es decir, se exacerban las diferencias.
De la misma manera que la tecnología puede abrir oportunidades (de acceso, reducción de costes, favorecer la colaboración multi-nacional) al mismo tiempo acrecienta asimetrías y formas de exclusión. Mientras unos pocos crean tecnología, administran el tráfico de información y gestionan la atención en línea de la gran mayoría, el resto somos meros proveedores de nuestros datos privados a cambio de servicios malamente llamados “gratuitos”. Es en ese conflicto en el que se encuentra la educación superior, y quizá la educación en general. El reto está en comprender y aprovechar las oportunidades sin ignorar las limitaciones y riesgos que ellas traen consigo.
Quizá haya que dejar de pensar en las tecnologías como la causa o consecuencia de todos los males y comenzar a entenderlas como una fuente de preguntas para reflexionar sobre nuestra sociedad. ¿Cómo utilizar las tecnologías digitales para mermar las inequidades actuales? ¿Pueden las tecnologías contribuir a reducir la brecha entre las problemáticas sociales y la agenda académica universitaria?¿Cómo asegurar que el conocimiento experto que se produce en las universidades pueda ser accedido y utilizado por quienes más lo necesitan? ¿Cómo revertir la actual comodificación del conocimiento que afecta a la universidad?
Afortunadamente, hoy estamos en mucho mejores condiciones para comprender cuáles son las limitaciones y los alcances de estas herramientas digitales. Las tecnologías se han convertido en un commodity y sabemos que por sí solas no son garantía de una buena educación, ni de innovación, ni siquiera de una buena comunicación.
Bajo esta lógica parecer un poco aventurado culpar únicamente a las tecnologías digitales como las grandes causantes de la mercantilización de la universidad. Si bien resulta sustantivo analizar las tecnologías digitales desde una perspectiva crítica, también parece oportuno no ignorar los claros beneficios que éstas pueden ofrecer. Pensar la universidad como un shopping center donde comprar títulos académicos puede ser tan peligroso como evocar a una suerte de nostalgia por la universidad que existía en la sociedad pre-Internet.
Es crítico transitar de las dicotomías híper-simplificadoras y pensar la universidad a la luz de los desafíos de hoy y de mañana. ¿Qué papel ha de jugar la universidad en la sociedad actual y que herramientas pueden utilizarse para ello? Estas preguntas parecen mucho más sustantivas que ¿cuánta tecnología hay que utilizar?
Posted in aprendizaje colaborativo, innovación on Dec 23, 2018